24 julio 2011

UNA CORBATA NUNCA DIÓ TANTO JUEGO

En mi facultad de Medicina nunca llevaba corbata. Solo en los exámenes orales me la ponía. Quizás por ello, por ese nerviosismo lógico de los examinandos empecé a sufrir, cuando iba encorbatado, una especie de tic en el cuello que nunca ha sabido si era por la corbata, por el acojono ( se me subían las vísceras inferiores al cuello), por el propio examen o por la estrecha apretura del cuello de mi camisa. Ese tic molesto me hizo renunciar a la corbata salvo cuando estaba formalmente obligado. Ahora, que han aumentado mis kilos y mi cuello se ha hecho más orondo, me molesta aún más la corbata. Las camisas de las XXL también aprietan y cuando las llevo cerradas me producen un malestar de apretura como el de un ahorcado. No me gusta la corbata y hago todo lo posible por eliminarla de mi atuendo. Tengo no se cuantas corbatas. Muchas. Desde las que me compra mi mujer, que no se cansa de comprármelas (y no entiendo porqué), hasta sufrir la intranscendencia del obligado regalo de un amigo que no sabe que comprar y la acompaña con un “cheque regalo”, hasta los sufridos regalos de Reyes en donde siempre cae, al menos, una.

No soy amigo de las corbatas. Y no creo que ofenda a nadie por no llevarla a un acto más o menos oficial. Si el Presidente de Afganistán asiste a las recepciones vestido con hábito y capa, si el presidente Chaves se pone un yérsey de cuello alto, Evo Morales una camisa indígena o el Emir de Katar una bella chilaba, no se porqué yo me la tengo que poner. Y no se trata, evidentemente, de un asunto ideológico puesto que Musolini y Franco apenas se la quitaban, salvo cuando utilizaban, con esa típica frescura propia, su traje militar, y, por otro lado, Lenin, Trotsky y Stalin la usaban siempre y a la mejor hasta dormían en la cama con ellas.

En el Senado, en invierno, la uso siempre en mi actividad como senador en las comisiones y en los plenos. También en mi actividad social de mi cargo. Pero he de reconocer que cuando llega el verano me resisto a colocármela. En verano, cuando intervengo en Pleno y en comisiones siempre la uso pero cuando salgo de la Cámara raudamente me la retiro. Hay dos senadores que usan, normalmente, corbata de palomita y destacan, en elegancia, entre el resto de los senadores y ello demuestra el pluralismo de vestimenta entre los integrantes del Senado. En Málaga, con “la caló”, no la llevo nunca, salvo cuando voy a un asunto muy oficial. Y ello nunca me ha causado problemas de integración en la normal vestimenta de los asistentes. Nunca he creído que sea un asunto de respeto.

Pero disiento totalmente que se le llame la atención a alguien por no ponérsela. Me parece totalmente del género bobo. “El hábito no hace al monje” y otras tonterías al caso que se podrían decir. Pero es que es tan claro y diáfano que me resisto a escribir más sobre este tema que es nimio y por lo visto para alguien es de un carácter primordial y fundamental. Es una tontería absurda impropio de personas y personajes de cierto nivel intelectual.

Lo que es ya de otro carácter es lo del discurso de Azaña, dicho por el mismo alto personaje de tanta altura intelectual, sobre la guerra civil, los vencedores y los vencidos. Eso es harina de otro costal y asuntos en tierras movedizas. ¡!!Tiene memoles la cosa…!!! Totalmente en desacuerdo y rezuma un posicionamiento político lejano a lo que se debería representar desde tan alta atalaya. Eso tiene mas entidad…y dicho por la misma persona de la corbata. Si le sumamos lo de la famosa monja … ¡!!Vamos que me parece que voy a tirar todas las corbatas que tengo en mi armario!!!...

Pedro Villagrán 24.07.2011

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