En casi todas las plazas importantes de nuestras principales ciudades han aflorado en estos últimos días concentraciones de jóvenes, y otros no tan jóvenes, que bajo el signo de la protesta y la indignación demandan cambios en nuestra sociedad. Dicen que no siguen consignas determinadas de estructuras políticas y los diferentes partidos los ven sin tomar opinión clara debido a que nos encontramos a finales de una campaña electoral. Critican los jóvenes el Sistema, censuran al Capitalismo salvaje que sufrimos, acusan a las estructuras de los partidos y demandan transformaciones importantes en las estructuras del Estado. Piden verdadera democracia, criticando la situación actual, y solicitan cambios que mejoren sus condiciones de vida.
Mi padre nació en 1900 y murió en 1966. Es decir que nació cuando en España estaba la crisis de los liberalismos, en un país con una fuerte inestabilidad política y un país de grandes desigualdades. Él se hizo joven en el reinado de Alfonso XIII y vivió el nacimiento de la II República con la ilusión de un joven progresista, y más que un joven progresista, como la de un joven rojo que abogaba por cambios importantes para el país. Mi padre se quejaba, y me lo decía insistentemente en mi juventud, que me dejaba en herencia un país peor que el que él había recibido de sus padres. Y ello era absolutamente verdad. La España del 1966 era una España militarizada, autoritaria, bajo la dirección de una Dictadura, irracionalmente confesional donde las hubiera y donde, por ejemplo, las vías de los trenes se hacían de ancho diferente de las de Europa “para que así nos invadieran”. Mi padre que se fue, ni más ni menos, que cuando Arias Navarro era alcalde de Madrid, se murió esperando que España cambiara y gravitara en otros parámetros diferentes de los que él veía y sufría por aquellos años últimos.
Mis hijos nacieron en una época de la transición Española y yo, en aquellos días, solicitaba dejarles no una herencia económica determinada, cosa que nunca me preocupó, sino un país más justo y más igualitario. Dejarles un país donde la igualdad de oportunidades fuera una verdadera realidad. Tuve la suerte de participar como militante político y activista en la España de los 77 y posteriores donde lo importante era conseguir la libertad y la democracia. Ni más ni menos que la libertad y la democracia. Y ello era ilusionante y así se pusieron en consolidación esos ideales (descendientes de la Revolución francesa) a los que se añadió, posteriormente, una vez instalados los anteriores el asentamiento del Estado de bienestar.
Mis hijos, y los jóvenes de las plazas españolas que ahora están concentrados, no lucharon contra franquismo, no sufrieron las indignaciones de las auténticas injusticias de la Dictadura, no corrieron por esas calles con los grises detrás, tirándote chorros de pintura para después identificarte en aquellas manifestaciones pidiendo libertad. Tampoco participaron en colocar los cimientos del maravilloso edificio del Estado de bienestar, y no sintieron el orgullo de una labor realizada y bien realizada.
Pero comprendo a esos jóvenes que se concentran en nuestras plazas. Comprendo sus peticiones y entiendo sus inquietudes. Las cosas, desde hace unos diez o doce años han ido empeorando en el tema del empleo y del bienestar social. O mejor que empeorando, no han seguido mejorando con la misma aceleración de antaño. Y encima la crisis que arremete contra el empleo y sobre todo contra el empleo juvenil. Pintan bastos y ellos protestan. Y es normal.
Cualquiera que tenga la mínima sensibilidad social comprende la situación de los jóvenes que concentrados, solicitan cambios y respeto. El futuro lo ven negro y la crisis del capitalismo los azota duramente. La derecha dice que son exaltados de extrema izquierda y antisistemas. Pero ellos saben que los jóvenes tienen razón y si no lo saben es que no se han enterado de nada.
En Málaga ahora mismo está lloviendo. Y en la plaza de la Constitución, donde están acampados, llueve también. Allí están aguantando la que está cayendo, meteorológica y económicamente hablando. Hablan los jóvenes de banqueros que amasan fortunas y grandes negocios. Hablan que la banca y los mercados son más pujantes y fuertes que la Política. Y es verdad. Verdad donde las haya.
Solicitan un aumento de sensibilidad de los políticos en los problemas de ciudadanos y están demandando también cambios en asuntos como la vivienda, el desempleo y el bienestar. Yo estimo que no son peligrosos antisistema, como se atreven a decir algunos de la derechona clásica, sino son jóvenes, como tú y yo fuimos, que piden ahora solo reforzar el Estado de bienestar que nosotros iniciamos.
Pedro Villagrán 19.05.2011
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