22 febrero 2013

UNA HERENCIA A RETOMAR Y REPROGRAMAR



       Franco desde sus comienzos sangrientos en 1936, albergaba en su complicada anatomía y personalidad dos poderes. La Jefatura del Estado y la Jefatura del Gobierno. Posteriormente, con el paso de los años, manteniendo siempre el control absoluto y férreo de la situación, mantuvo la Jefatura del Estado y para la gobernanza, como se dice ahora en los ambientes modernos, colocaba un presidente del gobierno para las chucherías y los confetis. Estos eran elegidos por él y, ni que decir tiene, eran de la línea mas dura del Régimen. Muñoz Grande y Carrero Blanco son ejemplos de personalidades políticas autocráticas que ocuparon ese puesto como vicepresidente y presidente de Gobierno respectivamente.
       Para la sucesión de la dictadura en el futuro, Franco diseñó y se le ocurrió una Jefatura del Estado a título de Rey. Y decidió que ese puesto  fuese ocupado por Juan Carlos. Pero esa imagen e idea que Franco tenía de Rey era, ni más ni menos, la de  una monarquía con corona de pedrería tipo Rey Sol y con una  ausencia absoluta de criterios democráticos. Pero muerto el Dictador, el Rey Juan Carlos, ante la sorpresa de los que lo habían puesto, abrió el camino hacia una Monarquía parlamentaria, legalizó los partidos políticos, nombró  a Suárez Presidente de Gobierno y le instó a que organice el aparato nuevo del Estado y se crearan los parámetros políticos necesarios para empezar a andar por los senderos democráticos.
       Es fundamental, para tener una visión correcta de las cosas que pasan en la actualidad, conocer como llega Juan Carlos a la Jefatura del Estado, quien lo pone, que le exige y quien baraja y reparte las cartas democráticas. Quien reparte y da cartas no es el pueblo, no son los partidos, no son las estructuras básicas de la sociedad. Es, simple y llanamente Juan Carlos y su inestabilidad. Y éste no es ni más ni menos que el heredero del Régimen ilegal y sangriento que nació con el golpe militar del 36. Eso parece muy duro, muy cruel y muy intolerante, pero no exento de la más absoluta realidad y verdad.
       La derecha pura siempre se ha sentido traicionada por los devaneos liberaloides de la Monarquía. Se le confió un país controlado y ella ha abierto la mano a los enemigos de siempre, como diría un fascista de esos que corren por ahí. Y ahí está Fraga que nunca se llevó bien con la Monarquía, ahí está Aznar que despreciaba sin pudor a la Jefatura del Estado y ahí está Rajoy que ni le va ni le viene. Sin embargo la izquierda, en una contradicción ideológica clara, pero con una actitud sensata,  ha apoyado claramente la Monarquía Parlamentaria de esta época. Pero a pesar de todo, véaselo por donde se vea, nunca los poderes políticos democráticos, nunca la política ha incidido lo más mínimo en la Monarquía Constituyente de España. Y eso es de una enorme gravedad que desemboca en la situación que tenemos.
       Nunca, en la actualidad de nuestro país, los Partido políticos opinan, hablan o hacen consideraciones  de la Jefatura del Estado. Parece que estamos en  esa imagen del Medioevo que se señalaba con una flecha gordota desde el triángulo de Dios con el ojo dentro hacia el Rey y desde éste al pueblo.  Y ya la Revolución Francesa se liquidó de un plumazo tan arcaica visión de desde donde viene el Poder.
       Por lo tanto no nos asustemos que  Pere Navarro hable claro de la crisis de la Corona y pida la abdicación del Jefe del Estado. Puede ser inoportuno, pero es de una verdad manifiesta y se centra en un asunto que  es un tema político muy importante y que nos interesa. Pudiera ser que fuera mas oportuno no  hablar de abdicación sino claramente Monarquía si o Monarquía no. Porque, a nadie se le obvia que la ciudadanía no han tenido nunca la oportunidad de decidir otra opción diferente que la que tiene que soportar. Y no nos basta con la idea tan manida de que la Constitución lo llevaba implícito. Eso es verdad pero verdaderamente inconsistente en un asunto de tanto calado.
       La Monarquía hace aguas por todos lados. No es ejemplo para nadie y además cada vez las cosas están peor. Si la Jefatura del Estado fuera un presidente de la República ya hubiese dimitido por lo menos cien veces. Eso es más claro que el agua. Por lo tanto sería conveniente que los Partidos metieran en sus análisis políticos de discusión la Jefatura del Estado. Todo este engranaje  depende de las estructuras políticas democráticas y no es cierto ni congruente que dependa solo del Rey como si estuviéramos en el siglo XVI o XVII. Como si estuviésemos por aquel tiempo del “triángulo con el ojo dentro” que se otorgaba el poder omnímodo al rey para que éste lo dirija donde quisiera o donde le pareciera. Con aquella posibilidad de dirigirlo  hacia Pepe, hacia Juan o bien a donde se le ocurra, incluyendo a aquel pobre oso que está tan tranquilo en Rumanía o a aquel plácido elefante de la selva africana.

Pedro Villagrán
22.02.13

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