Franco desde
sus comienzos sangrientos en 1936, albergaba en su complicada anatomía y personalidad
dos poderes. La Jefatura
del Estado y la Jefatura
del Gobierno. Posteriormente, con el paso de los años, manteniendo siempre el control
absoluto y férreo de la situación, mantuvo la Jefatura del Estado y
para la gobernanza, como se dice ahora en los ambientes modernos, colocaba un
presidente del gobierno para las chucherías y los confetis. Estos eran elegidos
por él y, ni que decir tiene, eran de la línea mas dura del Régimen. Muñoz Grande
y Carrero Blanco son ejemplos de personalidades políticas autocráticas que
ocuparon ese puesto como vicepresidente y presidente de Gobierno respectivamente.
Para la
sucesión de la dictadura en el futuro, Franco diseñó y se le ocurrió una Jefatura
del Estado a título de Rey. Y decidió que ese puesto fuese ocupado por Juan Carlos. Pero esa imagen
e idea que Franco tenía de Rey era, ni más ni menos, la de una monarquía con corona de pedrería tipo Rey
Sol y con una ausencia absoluta de
criterios democráticos. Pero muerto el Dictador, el Rey Juan Carlos, ante la
sorpresa de los que lo habían puesto, abrió el camino hacia una Monarquía
parlamentaria, legalizó los partidos políticos, nombró a Suárez Presidente de Gobierno y le instó a
que organice el aparato nuevo del Estado y se crearan los parámetros políticos
necesarios para empezar a andar por los senderos democráticos.
Es fundamental,
para tener una visión correcta de las cosas que pasan en la actualidad, conocer
como llega Juan Carlos a la
Jefatura del Estado, quien lo pone, que le exige y quien
baraja y reparte las cartas democráticas. Quien reparte y da cartas no es el
pueblo, no son los partidos, no son las estructuras básicas de la sociedad. Es,
simple y llanamente Juan Carlos y su inestabilidad. Y éste no es ni más ni
menos que el heredero del Régimen ilegal y sangriento que nació con el golpe
militar del 36. Eso parece muy duro, muy cruel y muy intolerante, pero no exento
de la más absoluta realidad y verdad.
La derecha
pura siempre se ha sentido traicionada por los devaneos liberaloides de la Monarquía. Se le confió un país
controlado y ella ha abierto la mano a los enemigos de siempre, como diría un
fascista de esos que corren por ahí. Y ahí está Fraga que nunca se llevó bien
con la Monarquía,
ahí está Aznar que despreciaba sin pudor a la Jefatura del Estado y ahí
está Rajoy que ni le va ni le viene. Sin embargo la izquierda, en una contradicción
ideológica clara, pero con una actitud sensata, ha apoyado claramente la Monarquía Parlamentaria
de esta época. Pero a pesar de todo, véaselo por donde se vea, nunca los
poderes políticos democráticos, nunca la política ha incidido lo más mínimo en la Monarquía Constituyente
de España. Y eso es de una enorme gravedad que desemboca en la situación que
tenemos.
Nunca, en la
actualidad de nuestro país, los Partido políticos opinan, hablan o hacen
consideraciones de la Jefatura del Estado.
Parece que estamos en esa imagen del
Medioevo que se señalaba con una flecha gordota desde el triángulo de Dios con
el ojo dentro hacia el Rey y desde éste al pueblo. Y ya la Revolución Francesa
se liquidó de un plumazo tan arcaica visión de desde donde viene el Poder.
Por lo tanto
no nos asustemos que Pere Navarro hable
claro de la crisis de la Corona
y pida la abdicación del Jefe del Estado. Puede ser inoportuno, pero es de una
verdad manifiesta y se centra en un asunto que es un tema político muy importante y que nos interesa.
Pudiera ser que fuera mas oportuno no hablar de abdicación sino claramente Monarquía
si o Monarquía no. Porque, a nadie se le obvia que la ciudadanía no han tenido
nunca la oportunidad de decidir otra opción diferente que la que tiene que
soportar. Y no nos basta con la idea tan manida de que la Constitución lo
llevaba implícito. Eso es verdad pero verdaderamente inconsistente en un asunto
de tanto calado.
La Monarquía hace aguas por
todos lados. No es ejemplo para nadie y además cada vez las cosas están peor.
Si la Jefatura
del Estado fuera un presidente de la República ya hubiese dimitido por lo menos cien
veces. Eso es más claro que el agua. Por lo tanto sería conveniente que los
Partidos metieran en sus análisis políticos de discusión la Jefatura del Estado. Todo
este engranaje depende de las
estructuras políticas democráticas y no es cierto ni congruente que dependa solo del
Rey como si estuviéramos en el siglo XVI o XVII. Como si estuviésemos por aquel tiempo del “triángulo
con el ojo dentro” que se otorgaba el poder omnímodo al rey para que éste lo dirija donde
quisiera o donde le pareciera. Con aquella posibilidad de dirigirlo hacia Pepe, hacia Juan o bien a
donde se le ocurra, incluyendo a aquel pobre oso que está tan tranquilo en Rumanía o a
aquel plácido elefante de la selva africana.
Pedro Villagrán
22.02.13
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