Siempre con el
miedo a lo diferente. Siempre con la tendencia a lo uniforme y a lo homogéneo.
Siempre con la aversión y a la hostilidad a lo extraño, siembre con la inquina
a lo discordante.
La política de
la derecha, constantemente, tiene esa terrible tendencia a lo homogéneo y lo
plano. Perpetuamente camina hacia las esferas de lo homólogo y lo indistinto. Tienen
una concepción extraña de lo liso y de lo chato. Es una constante de la monotonía
y de lo liso. Es como un encorsetamiento cerrado de todos en lo más parecido
posible. Y todos en esa uniformidad caduca, efímera y perecedera en la obligación de hace forzar lo más posible para que no cambie
nada.
Tanto en la
lengua, como en la moral, así como en el pensamiento, como en las relaciones amorosas,
como en el fenómeno religioso, como en la política territorial, como en la
filosofía y la política en general, la derecha siempre tiende a la uniformidad
entre todos, a lo homogéneo y más, todavía, a lo homólogo.
Pero no es un
concepto filosófico igualitario de todos con los mismos derechos y las mismas
obligaciones para con la sociedad, sino un sistema igualitario totalmente soez
y grosero impuesto por los que se benefician del Poder.
Siempre me
enseñaron que no hay mayor injusticia que tratar iguales a los que son
realmente desiguales. Y ese concepto terrible de lo igualmente injusto es la
forma inconfundible de imponer la igualdad de los conservadores y de los que
detectan y militan el conservadurismo recalcitrante.
Y en estos
momentos concretos, donde el poder omnímodo del conservadurismo se impone en
nuestras esferas políticas, es donde más se nota la repugnancia ideológica de
sus intenciones más mezquinas. Esa tendencia a la moral única, al pensamiento
único, a la lengua única y a la ausencia de diversidad es la norma verdadera de
funcionamiento y de imposición que el Gobierno del Estado impone a los
ciudadanos. Ya sea tanto en el campo judicial, como en el campo de la Educación, como en el
campo de la moral, como en el campo de la lengua o como en el campo de la
configuración política del Estado, siempre la derecha aplica su modelo de
uniformidad y de monotonía de imposición simétrica.
Pero igual que
asigna ese modelo monocolor y monótono, impone el claro estigma de la
desigualdad entre los individuos. La imposición de las clases sociales en un
mundo clasista donde unos están hechos para obedecer y otros para dirigir. Es
un mejunje y un potingue de todos en una misma dirección impuesta y además de
eso, todos clasificados según la clase social de donde vengan dirigidos.
Y eso es lo
que estamos viendo un día si y el otro también en nuestro país últimamente. La
crisis circunda, con un envoltorio desgarrado y doloroso, los recortes
sociales, los tijeretazos sanitarios, educativos y sociales que tanto lesionan
a los más débiles. El paro aborda y ataca, cada vez más dolorosamente, la
actividad laboral de los que tienen que llevar un sueldo para cubrir sus
necesidades. Y este Gobierno, sorprendentemente, cada vez la situación la pone
en peor. Pero lo más importante que hace, lo más sustancial que elabora para
sus intenciones, es el cambio de modelo de Estado. Ese cambio del que nos referíamos
al principio. La tendencia indeseable al cambio de nuestras relaciones sociales
personales, al ataque de nuestros derechos cívicos, a la embestida a nuestro
derecho al concepto igualitario entre todos, al legítimo poder de la
enriquecedora diferencia y de la fructífera discrepancia.
Eso es lo que
nos están trayendo, como consecuencia de su infame gestión, estos derechones de
tres al cuarto. Además de ruina económica, un cambio social en profundidad
lleno de reacción, de caspa y con olor de alcanfor, incienso y naftalina que nos costará muchísimo limpiar
y y reconstruir el modelo que tanto trabajo nos había costado poner en marcha.
Pedro Villagrán
10.12.12
No hay comentarios:
Publicar un comentario