Un buen compañero
mío, en una discusión sobre el asunto de la Monarquía-República,
me planteaba una argumento muy interesante que me hizo reflexionar. La Monarquía es una
institución vetusta y rancia. Decadente y con olor a naftalina. Útil en la
seguridad sucesoria que abandona la incertidumbre institucional pero arriesga
gravemente en los conceptos democráticos de elección política e individual. Todo
eso es cierto, pero mi compañero me ponía un ejemplo que me hizo ponerme la
carne de gallina. Es bueno decidir y realizar la Jefatura del Estado por
una metodología democrática pero ello nos podría llevar, sin duda, a la
posibilidad de poner en un puesto verdaderamente de arbitraje a personajes políticos
de dudoso talante pero mayoritariamente elegidos. Pensemos, decía mi compañero,
que Aznar, Rajoy o Arenas fuesen los elegidos jefes del Estado por
procedimientos democráticos. Sería ello un lio y desaguisado tal que nos llevaría,
con seguridad a la inestabilidad. Luego, apostillaba mi compañero, prefiero mil veces a
Juan Carlos. Y tenía una cierta parte de razón. Y ese planteamiento es el que nos ha hecho mirar el panorama con una
determinada y cierta resignación.
Una Monarquía
parlamentaria en el Siglo XXI tiene unas
obligaciones determinadas subordinadas a unas normas ya prefijadas por el Poder
Político. Porque el Rey es un funcionario público más y un servidor público
altamente cualificado. La rendición de cuentas que el Poder político realiza
cada cuatro años a la ciudadanía para su apoyo o para su reprobación es la base
del Estado Democrático. Y la ausencia de ese sufragio en el caso de la Monarquía la hace
totalmente diferente y desigual. Ello consigue, desgraciadamente que el Jefe
del Estado crea que esa distinción y ese atributo le son regalados y no tiene
porqué rendir cuentas a nadie. Y ello es terrible.
El asunto de
la cacería de elefantes, la
Reina, en ese momento en Atenas y que va y que viene de viajes a
EEUU, la ausencia de la mínima transparencia en las cuentas que dependen de los
presupuestos del Estado, los importantes regalos no controlados al Jefe del
Estado, el caso Undargarin, el tema de
las armas de fuego en manos de menores, etc.etc. hacen que en la ciudadanía cuaje un sentimiento de que esa Institución,
al servicio del Estado, no mantiene las buenas maneras que su alta
representatividad merece.
Los medios de comunicación hablan estos días
que el socio de Undargarin, Diego Torres, amenaza con implicar al Rey y a su
hija, a los dos y a cada uno de ellos, en los asuntos del trajemaneje delictivo
de Noss. Y ello es de una gravedad más que importante. En la próxima
comparecencia ante el Juez pudiera abrir la caja de los truenos y llevar a la Jefatura del Estado a una
situación más que delicada.
Si este caso
que nos ocupa y nos preocupa implicara a un posible Presidente de la República, no tendríamos
la mínima duda que se estaría pidiendo, con capacidad democrática, su inmediata
dimisión. Pero en este asunto lo que se está haciendo es intentar tapar el
asunto y salvaguardar a la
Corona.
La
II República que fue agredida y derribada
por el Golpe Militar del 1936, con el asentimiento, la complicidad y la
participación criminal de la derecha de este País, derivó en un Régimen
militar autocrático hasta el 1975, fecha de la muerte del sanguinario Dictador.
Él fue quien puso como sucesor a Juan
Carlos contando y discutiendo solo en esa decisión con su almohada, la misma
almohada que le hacía decidir decisiones más que reprobables. Esa terrible e
impresentable descendencia jerárquica debería obligar, aun más, al Rey y a su
familia a una compostura democrática más acorde con los tiempos que corren.
Porque esa actitud demostrada en estos últimos tiempos está llevando a la
ciudadanía a plantear cambios fundamentales de personas físicas o de formas
diferentes de organización de la
Jefatura del Estado. ¡!!Que no estaría nada mal!!!
Pedro Villagrán
06.05.12
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